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caer el «himatión», y descubre su alta figura, y el rostro severo lleno de desesperación e inundado de lágrimas; es Kíros, surcado de arrugas y con los cabellos blancos. Es Kíros que ha envejecido en una hora. Se arrodilla sobre la arena, y deposita cuidadosamente el bulto. Luego con sus manos temblorosas saca el paño negro, y la luna baña el cadáver sangriento y desgarrado de Nitetis. El viejo toma la cabeza de su hija y cubriéndola de lágrimas, acerca sus labios al oído de la muerta y le dice en voz baja, muy dulcemente: «Ni- tetis, hija mía, despierta; es Kíros, tu padre, que te llama.»

Y el Tíber murmura suavemente, y en el horizonte comienza a brillar una estrella blanca y pura: es el lucero del alba que presagia el

amanecer.