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vas a proporcionar va a ser bastante pobre.» —«No importa. Uno que sufra la pena del toro es ya suficiente; y aun más si es una niña como dicen.»—Interrumpió la conversación un soldado que preguntó: —«¿Pueden pasar a ser juzgados los prisioneros?» — «No hay nece- sidad, hombre»—respondió riendo Nerón; — <“anúnciales tú mismo que mañana servirán de banquete a mis fieras.» —«En cuanto a la jovencita bautizanda hazla pasar, pues voy a jJuzgarla»—dijo Kíros al soldado que se retiró a cumplir la orden. Al momento entró la guardia del emperador, y luego dos secre- tarios; Nerón subió al trono, Kíros tomó asiento ante una mesa entre los dos secreta- rios. El tribunal estaba formado, era el mo- mento de empezar el juicio. — «Que traigan al acusado»—dijo Kíros con voz terrible. Una guardia alzó los cortinados, y entraron otros dos conduciendo una joven de mirar altivo, que avanzaba tranquila. Todas las miradas se clavaron en la cristiana. Kíros, al verla, palideció, el espanto se dibujó en su rostro
y un sudor glacial invadió su cuerpo; Nerón