Una gran nueva traía Octavio esa noche: Nitetis sería bautizada el Jueves Santo. Es- taban en Lunes. Después de un largo rato, los jóvenes se despidieron, y mientras Nitetis se dirigía al palacio, Octavio se alejaba por la playa. Todo quedó en silencio, sólo se oían los murmullos del Tíber y los graznidos de los pavos reales que comenzaban a des- pertar.
Era la tarde del Jueves Santo. Nerón y Kíros estaban juntos en el salón de justicia del palacio real. El emperador reía, con esa risa brutal que le era peculiar. Kíros, que era de rostro severo y rígido, tenía dibujada la expresión de triunfo y de dominio. —«Hasta aquí marchan bien las cosas; las catacumbas allanadas y unos centenares de cristianos presos, pero es realmente una lástima que sólo haya habido un neófito para bautizar. Verdaderamente, Kíros, el espectáculo que nos