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venido con él de la Grecia, cuando su padre huyó de su patria amargado: por sus desen- gaños políticos. Octavio, era un apuesto don- cel romano, de noble estirpe, y desde que encontró a Nitetis prometió hacerla su esposa. La vió un atardecer mientras él paseaba por la playa, cuando ella bajó con el cántaro para buscar agua. Ella cantaba con voz dulce y armoniosa, mientras el agua, teñida como el cielo de rojo, llenaba el cántaro. Y él la habló, la habló largamente de su cariño, y luego de su Dios, del Dios de los cristianos, del Dios único, pero ella no pudo comprender. Sin embargo, a la segunda entrevista ella le pidió que le explicara sus creencias, y co- menzó a comprender que había un Ser Su- premo, Todopoderoso, dueño del mundo, que manejaba hasta el más ínfimo átomo de la naturaleza, que velaba por todos los hombres, y tuvo fe en Él. Y así continuaron las entre- vistas, aumentando el cariño y la fe. Y Nitetis, instruida por su maestro en la religión, iba a ingresar al cristianismo. Kíros ignoraba hasta la existencia de Octavio.