— 36 —
deben celebrar ellos unas fiestas, y según tengo entendido, bautizarán a nuevos adeptos. Pues bien, la guardia estará en acecho y prenderá todos los cristianos que pueda, que serán entregados a las fieras.» —«No veo novedad en eso»—interrumpió Nerón iracun- do;— <ésa ha sido la forma que siempre hemos empleado.» —«Esperad, señor. Mi plan co- mienza aquí. Los bautizandos que sean apre- hendidos correrán una nueva suerte: atados a un toro furioso, serán arrastrados por él en una carrera loca por toda la pista hasta que pierdan la vida. Como no ignoráis, es el más terrible suplicio, y creo que es también el mejor sistema.» —«Bravo!»—exclamó el cruel emperador riendo a carcajadas; — «esto es ser un gran hombre! Pero por el momento de- jemos a esos «perros» tranquilos, y ven que debo leerte una composición que rimé anoche cuando huyó el sueño de mis párpados.» Di- ciendo esto Nerón salió del salón escoltado por dos esclavos que con grandes abanicos de pluma ahuyentaban los insectos; más atrás
Kíros se disponía a seguirlo.