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de ella, a seguir entre la sombra el camino de nuestra casita. Cuántas veces hemos hecho este camino Akella y yo, pero ¡qué diferente es éste! Siempre cantando y riendo, y hoy vamos silenciosos y tristes, y hasta hemos

dejado apagar el farol.

VIII.

A los pocos días, recibí una invitación para el baile de la embajada en que se despedía al vapor «Ysako» que saldría al día siguiente. Muchas veces había recibido invitaciones aná- logas, y nunca las había aceptado; pero esta vez sin saber porqué decidí asistir a la fiesta. Esa tarde le hablé a Akella de la invitación, y ella me preguntó si la había aceptado. — «Ya he rehusado tantas, que me pareció correcto aceptar esta vez.» Mi respuesta era tonta, pero no hallaba otra mejor. Akella sonrió tristemente.

Y al fin, heme aquí, en el salón de la em- bajada, arrastrado entre el tumulto de marinos