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IV.

Un idilio dulce y sencillo ha comenzado. Akella me ama. Todas las tardes, cuando voy a su casa, me espera en el camino, y vamos juntos caminando, y a la noche me acompaña a la encrucijada, donde queda hasta perderme de vista. El pobre viejo acepta estos amores medio celoso y triste, pero Akella está tan contenta! Todos los días me pregunta cuando nos casamos. — «Ya, pronto», — respondo, y vuelvo cavilando sobre este casamiento impre- visto. No, esto ya es demasiado. Charito es el único ser que he amado, y no puedo ofender a la muerta; es preciso que no vuelva. a Din- djon. A diario me hago las mismas reflexiones, pero al llegar la tarde siguiente, tomo el camino del Este.

v.

Me he casado con Akella. No es que la ame, ni que la haya amado, la quiero como