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Yo también deseaba terminar la entrevista, ya que nada más me retenía junto a Ana y estreché la mano que ella me tendía.
— «Hasta siempre, Ana.»
— «Adiós, Daniel Glasow» — respondió son- riendo. Pero sus labios temblaban y tenía las pupilas dilatadas y húmedas como si fueran a estallar en lágrimas.
Y así nos separamos, simplemente, como dos viejos amigos que se volverán a encontrar
al otro día.
Dos noches después, al soltar las amarras, la tripulación había organizado un banquete en honor de mi regreso. Al terminar, cuando subí a cubierta, a desempeñar de nuevo mi puesto de piloto, ya navegábamos entre los bosques de abetos y sólo se veía tras nosotros el surco fosforescente que dejara la hélice en el agua...