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Nada destroza tanto el amor como la impre- sión de ver lo que se ha amado bello, convertido en monstruoso. Mañana llega el «Cosiana» a Krasnoiarsk, posiblemente partirá de aquí den- tro de dos días; si nada más que yo os detengo en Yeniseisk, podéis regresar en él, que yo ya he desaparecido para vos.» La voz de Ana era tranquila, sin inflexión alguna de amargura o de reproche a mi instintiva aversión, sólo sus pupilas cada vez más obscuras reflejaban la voluntad suprema a todos los sentimientos. Su generosidad hizo sentirme aun más peque- ño en mi egoísmo, que no quería darme palabras para declinar la libertad que me ofrecía. Pronto comprendí que al no objetar la menor protesta le había causado mucho daño, y besando la mano que ella me retiró sua- vemente, murmuré confundido: «¡Perdón!»>...
— «Nada debo perdonaros, amigo mío. Muy al contrario, sólo os recordaré con el agradeci- miento de que me hayáis amado. Y ahora no quiero entreteneros más tiempo, que ya es bien poco el que tenéis para preparar vuestra partida».