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médico dice que hay mucha viruela en la tundra...»
Cada tarde me encaminaba a la casa del médico para enterarme del estado de Ana, y día por día regresaba más decepcionado. Por fin a las tres semanas nos alentó una pequeña mejoría, y comenzó la expectativa de los ade- lantos y retrocesos, hasta que se declaró una completa reacción. Entretanto terminaba el deshielo y empezaban a aparecer por el río Yeniseisk barcas pescadoras que acompaña- ban bandadas de golondrinas.
Una tarde el médico me aguardaba con el permiso tan ansiado de visitar a la señorita de Prazinka. Nos dirigimos a la villa de Gleen, conversando animadamente, pues la alegría me había tornado locuaz y trataba de acortar el camino refiriendo mi proyecto de llevar a Ana, junto a mi madre. El me aseguraba que ella resistiría perfectamente el viaje y que la primavera de las Landas concluiría de restablecerla. Bruscamente se interrum-
pió: