fausto que le hiciesen menos repugnante en el exterior, con quien empezaron en esa época sus célebres cuestiones que continúan hoy.
Manuela entonces, sombra viviente y forzada del pensamiento de su padre, tiene que pedir a su inteligencia cuantos recursos le quedaban de los que la providencia le había dado, para suplir con ellos todos los defectos de su descuidada educación de cultura y hacerse de repente dama de estrado y de gabinete, para ayudar a su padre a engañar y extraviar en sus juicios a los diplomáticos europeos, y para dar al pueblo de Buenos Aires la iniciativa de una vida ficticia, llena de abandono, de lujo y de algazara a que el dictador la destinaba por algunos años, a fin de que olvidase el cáncer que devora las entrañas de la sociedad civil y política.
Pero ¿es eso bastante? ¡Oh, Dios mio! eso no es sino hacerla marchar por