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esa mujer tiene un corazón naturalmente malo. Pero tal suposición sería injusta.

No hay malos inactivos. Los malos hacen mal; y Manuela Rosas, en posición de hacer tanto mal como quisiera, no ha hecho derramar una gota de sangre ni una lágrima a nadie. Esto solo basta para explicarlo todo. Basta para convencer que la naturaleza no dió a esa joven ningún instinto dañino; que mucha bondad debió encerrarse en su alma al venir al mundo; pues que ha resistido, para el mal, a todos los medios y las facilidades con que se ha precipitado a él su mismo padre.

No hay más, sino que la educación que este le ha dado ha agotado en ella ese manantial de sensibilidad exquisita, que está depositado por la naturaleza en el corazón de las mujeres; y extinguido esos instintos suaves, esa timidez y ese candor angelical, con que