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da brindis. Pero — oigase esto: — "no hay un solo brindis de Manuela en todo el año de las parroquiales". Se hallará apenas en La Gaceta Mercantil que registraba cautelosamente la crónica de los banquetes, alguna que otra palabra de Manuela, equivalente a un saludos insignificante.

La bacanal mudaba de faz. Era la hora del baile. Manuela no debía faltar. El heroe Restaurador se guardaba bien de mezclarse entre la multitud; pero la hija debía ir entre ella para popularizarle su nombre. Y hela ahí danzando cuatro o seis horas con ebrios, con asesinos, y hasta con negros una vez. Danzando no los bailes de la sociedad culta, porque eran unitarios, sino los bailes de la plebe, con todos esos movimientos repugnantes y lascivos a que llaman "gracia".

Es cierto que en esos bailes, como en los banquetes que los precedían, se en-