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Y a las esterioridades finas de un pueblo civilizado reemplazan los malos gustos y peores instintos de nuestros arrabales.

En la casa de Rosas se hiperboliza, naturalmente, todo, sin esceptuar el vicio, porque de esa casa surgía el pensamiento y el impulso que hacía retroceder la ciudad a doscientas leguas mediterráneas, y la sociedad a los tiempos primitivos de la conquista; siendo el vertigo de la barbarie en reacción, lo que era entonces el fanatismo religioso y político; y representando la sociedad culta el fúnebre papel del pueblo indiano.

Rosas corteja, adula y enorgullece con su amistad, a los instrumentos de que se sirve, y su casa, su bolsa y los empleos públicos no se reservan para ellos.

Los que hayan pasado por la casa de Rosas a cualquiera hora del día o de