Esa joven que se presenta humildemente con su vestido de muselina y sus manos desnudas; que pasa por en medio a la muchedumbre sin recibir afecciones del miedo, que no tiene oro, ni poder, ni vasallos, que es sola y huérfana en el mundo, como las azucenas del desierto, es más feliz que Manuela. Para ella hay un corazón en el mundo, que corresponde a los latidos del suyo puro y descubiertamente; ella encuentra una mirada en que interpreta y traduce un idioma entero de felicidad inefable, con esa inteligencia íntima y perceptible del alma armoniosa de las mujeres: y ella, después, alcanza la realidad soñada en sus amores recibiendo el primer beso de su esposo. ¡Pero Manuela! árida, sombria, infecunda, su vida se ha escurrido en el mundo, como esos horizontes de invierno donde la mirada se sumerge sin encontrar un cambiante de luz que la distraiga. ¡O
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