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la imaginación de las mujeres forman cielos donde ven y admiran el Dios de sus amores; porque los hombres prosternados y manchados no inspiran jamás una pasión; puede su hermosura física dar lugar a un deseo — eso es todo lo más que pueden ellos.

Pero más, todavía. Al mismo tiempo que Rosas sentencia a su hija a un solterismo eterno, como un genio del mal, la empuja a las tentaciones y al vicio.

El hace de su barragana la primera amiga y compañera de su hija; él la hace testigo de sus orjías escandalosas, a que lo impele su temperamento carnal y cínico; él la case el instrumento de sus deseos salvajes con las jóvenes, que el vicio de sus padres arrastra hasta Palermo; y, al mismo tiempo de estos ejemplos, él concede a su hija toda la libertad de un hombre; a su hija, para quien todos los hombres son casados,