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la hermosura con sus atractivos seductores. Y es esa indefinible influencia de la voluntad varonil, que, ejerciendo sobre el alma tímida de las mujeres el despotísmo de lo fuerte sobre lo débil, hace que ellas comprendan que se hallan en la presencia de un hombre que tiene un corazón para amar una voluntad para obrar, y un brazo para defender a su querida.

Pero Manuela Rosas no encuentra uno solo de esos hombres, en cuantos van a mendigar de sus ojos un rayo de favor que los abrillante un momento, no de amor sino de protección oficial.

Si bajo el gobierno de Rosas pueden haber quedado hombres de corazón en Buenos Aires, no es en las antesalas de Palermo donde en encontrarán por cierto: sino en el retiro de sus casas, procurando que Rosas y sus satélites los olviden, hasta que llegue el momento en que ellos mismos les hagan acordar,