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mujer sea dominado, fascinado por el espíritu de un hombre, para que su corazón dé los primeros latidos del amor; del amor al alma; de ese que comienza por la abnegación y acaba por el sacrificio. Pues es de el que hablamos, y no de esas impresiones carnales que envilecen el amor, ni de esas afecciones fugaces que hieren la imaginación y la deslumbran, pero que pasan luego, como el aliento sobre un cristal, o la huella de un cisne sobre un lago.

Para aquel amor es necesario que una mujer tenga algo que admirar o respetar en un hombre. Y no es solo el prestigio de la gloria, del poder, del talento y de la hermosura varonil, lo que puede imperar sobre el espíritu entusiasta y poético de las mujeres. Hay en la naturaleza moral de los hombres otro elemento de fascinación sobre ellas, mucho más eficaz y poderoso, que la gloria con toda su aureola, y el talento y