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cunda, para ese sentimiento semidivino, que hace en el mundo la felicidad de las mujeres; o apurar bajo la sombra del misterio y en la copa de los culpables, una dicha que su padre la niega.

No hay medio: o ella tiene que poner llave de diamante a su corazón, para respetar la voluntad de su padre, o ella tiene que hacerse criminal en la intriga, según el lenguaje de la moral social.

Pero no es esta la mayor de sus desgracias.

La más ágria de todas es, que ese mismo padre no ha dejado en derredor de su hija, un hombre solo capaz de inspirarle una pasión noble y profunda, de que pueda envanecerse.

La mujer que desde el primer momento se contempla superior al hombre que se le acerca, ya no puede jamás apasionarse dignamente por él.

Sea en el curso de una hora o de un año, es necesario que el espíritu de una