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ros. Pues si bien sois ya para mi patria una propiedad de su historia, que pertenece al examen público de sus contemporáneos, no habeis dejado para mi de ser una mujer. Y cuando la causa política a que tengo el honor de pertenecer, llegase a un grado tal de postración, que, para sostenerla, tuviese necesidad sus defensores de hacer las guerras a las mujeres, yo me pasaría gustoso a vuestro padre, antes de someterme a tal conducta, y tendría el honor de hacerme presentar en vuestros espléndidos salones, vestido de colorado de pies a cabeza, como los diablos de Hoffman, o el general Mansilla.

Por el contrario, lejos de querer ofenderos, quiero ser el primero de los enemigos del sistema político de vuestro padre, que alce la voz para haceros justicia, en lo que realmente la merezcáis.

Cierto; el nombre de Manuela Rosas es ya una propiedad de la historia. Su