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y no porque en ellos el oro: que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase, en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivian ignoraban estas dos palabras de TUYO y MIO. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: á nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano, y alcanzarle de las robustas encinas que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes rios, en magnífica abundancia; sabrosas y transparentes aguas les ofrecian. En las quiebras de las penas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas abejas, ofreciendo á cualquiera mano sin interes alguno la fertil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedian de sí, sin otro artificio que el de