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ALBA.

Y ya en esto se venia á mas andar el alba alegre y risueña: las florecillas de los campos se descollaban y erguian, y los líquidos cristales de los arroyuelos, murmurando por entre blandas y pardas guijas, iban á dar tributo á los rios que los esperaban; la tierra alegre, el cielo claro, el aire limpio, la luz serena, cada uno por sí y todos juntos daban manifiestas señales que el dia que al aurora venia pisando las faldas, había de ser sereno y claro.


En esto ya comenzaban á gorgear en los árboles mil suertes de pintados pajarillos, y en sus diversos y alegres cantos parecia que daban la enhorabuena y saludaban á la fresca aurora, que ya por las puertas y balcones del oriente iba descubriendo la hermosura de su rostro, sacudiendo de sus cabellos un número infinito de líquidas perlas, eu cuyo suave licor bañándose las yerbas parecia asimismo que ellas brotaban y llovian blanco y menudo aljofar, los sauces destilaban maná sabroso, reianse las fuentes, murmuraban los arroyos, alegrábanse las selvas, y enriquecíanse los prados con su venida. [1]

  1. Nadie ha negado al autor del Quijote una fantasia esencialmente poética. Sin embargo conocen todos, y confesaba él mismo que no le había dado el cielo la gracia de ser poeta. Creaba pero no sabia encuadrar sus pensamientos en el espacio de la medida poética; ¡pero que prosa puede imitar á la suya! ¡cuantas descripciones de la aurora, asunto tan manejado por los poetas quedan inferiores á las dos que anteceden! Estan en prosa, pero prosa magnífica, cadenciosa, selecta.