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que por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamas llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento.


Me parece que el traductor de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las lenguas griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el reves, que aunque se ven las figuras son llenas de hilos que las escurecen, y no se ven con la lisura y tez de la haz; y el traducir de lenguas fáciles, ni arguye ingenio ni elocucion, como no le arguye el que traslada, ni el que copia un papel de otro papel: y no por esto quiero inferir que no sea loable este egercicio del traducir, porque en otras cosas peores se podia ocupar el hombre, y que menos provecho le trujesen. [1] Fuera de

  1. Esta sentencia y de tal autoridad como la de Cervantes debiera contener el atrevimiento del enjambre de traductores que nos inunda. Pero ya se ve: la literatura ha venido á convertirse en un recurso de pane lucrando, y no bien un joven aprende los rudimentos del idioma frances, cuando armado del primer diccionario que se le depara se pone á traducir á roso y velloso, y como no conoce la lengua que traduce ni aquella á la que traduce, maltrata á entrambas miserablemente. Las traducciones que en estos últimos años se han hecho, particularmente de novelas; han abierto una llaga insanable a nuestro idioma, contribuyendo a debilitar su magestad con jiros que no le son propios, desnudándole de la gala abundante de sus voces, ignoradas de los mas de los traductores, para reemplazarlas con otras que no pueden compensarlas, y dando margen á que se vaya perdiendo el concepto que algunos sabios estrangeros, que la conocen mejor que tales traductores, tienen hecho de su espresion y armonia.