ardientes— la salva de sus flores rojas en el éter azul de los estíos.
Como una planta de guarias fue el poeta: humilde y pobre, sin más asidero en la vida que un sueldo ganado con afanes prolijos, florecía, sin embargo, su numen bajo los soles de la inspiración en hermosísimas composiciones poéticas y nos hacía detenernos sorprendidos en nuestro pesado viaje de peregrinos de la vida, a escuchar sus trovas, como se detiene el cazador en la selva o el caminante junto a los pretiles a contemplar un ramo de guarias opulentas.
Si la vida de Lisímaco sirve de estímulo a la juventud que debe meditar cómo el hombre puede surgir a las mayores alturas, sin más apoyo que su propio esfuerzo y a pesar de la envidia y de la ignorancia; si la literatura nacional se enriquece con nuevas producciones; si el noble ejercicio de las artes bellas encuentra nuevos apóstoles abnegados, este Manojo de Cuarias vivirá perpetuamente fresco sobre los mármoles de la tumba del más humilde de los hombres, y del más alto de los poetas costarricenses.