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lisonjeras coyunturas de quebrantar su yugo y arrojarlo à la otra parte del occeano.

Hablamos á las Naciones del mundo y no podemos ser tan impudentes, que nos propongamos engañarlas en lo mismo que ellas han visto y palpado. La América permaneció tranquila todo el periodo de la guerra de succesion, y esperó à que se decidiese la cuestión porque conbatian las casas de Austria y Borbon, para correr la misma suerte de España. Fué aquella una ocasión oportuna, para redimirse de tantas vejaciones: pero no lo hizo, y antes bien tomó el empeño de defenderse y armarse por sí sola, para conservarse unida á ella. Nosotros, sin tener parte en sus desavenencias con otras potencias de Europa, hemos tomado el mismo ínteres en sus guerras, hemos sufrido los mismos estrados, hemos sobrellevado sin murmurar todas las privaciones y escasezes que nos inducía su nulidad en el mar y la incomunicación en que nos ponian con ella.

Fuimos atacados en el año de 1806: una expedición inglesa sorprendió y ocupó la capital de Buenos-Ayres por la imbecilidad é impericia del virey, que aunque no tenia tropas españolas, no supo valerse de los recursos numerosos que se le brindaban para defenderla. A los quarenta y cinco días recuperamos la capital, quedando prisioneros los ingleses con su general, sin haber tenido en ello la menor parte el virey. Clamamos à la corte por auxilios para librarnos de otra nueva invasión que nos amenazaba; y el consuelo que se nos mandó fué una escandalosa real orden, en que se nos previno que nos defendiesemos como pudiésemos. El año siguiente

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