Malva se alejaba, procurando poner la planta en las huellas profundas que habían dejado en la arena las botas de Vasily; y cada huella que pisaba la borraba cuidadosamente con el pie. De esta manera fué acercándose, con lentitud, a los toneles.
Serechka le preguntó:
—¡Qué! ¿Le has acompañado?
Ella dijo "sí" con la cabeza y se sentó junto a él. Jacobo la miraba y la sonreía cariñoso, moviendo los labios, como si hablase algo que nadie, salvo él mismo, pudiera oír.
—Su marcha te ha puesto triste?—siguió preguntando Serechka.
A esta pregunta, ella le contestó con otra.
¿Cuándo te vas a la lengua de tierra?
Y señaló con la cabeza el mar.
—Esta tarde.
—Me voy contigo.
—¿De veras? ¡Muy bien! ¡Encantado!
¡Yo también me voy!—declaró decididamente Jacobo.
—¿Y quién te llama a ti?—preguntó Serechka, guiñando un ojo.
En aquel momento se oyó el repiqueteo de la vieja campana llamando al trabajo. Las campanadas volaban una tras otra y morían entre el ruido alegre de las olas.
—¡Esta me llamará!—dijo Jacobo, mirando provocativo a Malva.
—Yo? ¿Para qué te necesito a ti?—se asombró ella.