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de satisfacción, y, radiante, se sentó a la puerta de la cabaña, desperezándose y bostezando.

—¡Ese vodka parece fuego!—dijo.

¡Y cómo lo bebes!—exclamó Vasily, pasmado de la rapidez con que se había echado al cuerpo el gran vaso.

—Sí, sé beber—se envaneció el otro sacudiendo la cabeza roja.

Luego, secándose con la mano el bigote, empezó a hablar, con tono doctoral:

¡Sé beber, muchacho! Lo hago todo aprisa y sin rodeos. Tomo siempre el camino recto, sin que me preocupe adónde puede conducirme. Yo sólo sé que no abandonaré la tierra: de eso no cabe duda.

—No querías marcharte al Cáucaso?—preguntó Vasily, desviando suavemente la charla hacia donde quería.

—Me iré cuando quiera. Cuando me lo proponga, una, dos... ¡y en marcha! O hago lo que quiero, o me rompo la cabeza. ¡Es muy sencillo!

—¡Y tan sencillo! ¡Para la falta que te hace la cabeza a ti!

Serechka miró a Vasily irónicamente.

—Tú, en cambio, eres muy isto, ¿verdad?

¿Cuántas veces te han azotado en la aldea,?

Vasily no contestó.

A lo que presumo, bastante. Tenías el talento en las posaderas, y era menester azotarte para encaramártelo a la cabeza. ¿Pero de qué te sirve la cabeza? ¿De qué te sirve el talento? ¡ De nada!