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Así es que los mujiks viven, a pesar de todo.

—¡Malamente!—respondió Jacobo.

—Nosotros, con bien poco nos contentamos:

con una casa limpia y un poco de pan... y un vaso de vodka los días de fiesta... Sí... Pero hasta eso nos falta... ¿Acaso hubiera yo dejado la aldea de poder vivir en ella? En la aldea, uno es dueño de sí mismo, igual a los demás; mientras que aquí es un siervo...

—Sí, pero aquí, al menos, se come lo que se tiene gana, y el trabajo no es tan fatigoso.

—Te equivocas. A veces tengo molidos los huesos... Además, aquí se trabaja para otro, mientras que en casa trabaja uno para sí mismo.

—Pero se gana más — replicó tranquilamente Jacobo.

En su fuero interno, Vasily compartía la opinión de su hijo: en la aldea, el trabajo y la vida eran mucho más difíciles que allí; pero no quería que Jacobo lo supiese, y dijo con tono severo:

—¿Tú qué sabes lo que se gana aquí? No, pequeño, no digas eso: la aldea...

¡Es un agujero obscuro y estrecho!—interrumpió Malva riendo de un modo maligno—.

En ella, las que más padecen son las mujeres...

No hacen más que derramar lágrimas.

La vida de las mujeres es en todas partes la misma—dijo Vasily fruciendo las cejas y mirándola. Y el mundo es en todas partes el mismo, como el Sol.

—¡Pero qué tonterías dices—gritó ella animán-