Página:Malva y otros cuentos (1920).pdf/126

Esta página no ha sido corregida
122
 

gusto ocupado el lugar de Boles si su corresponsal no hubiese sido Teresa, sino otra mujer de menores dimensiones.

¡Se lo agradezco a usted de todo corazón, señor estudiante! Me ha prestado usted un gran servicio—me dijo Teresa saludándome—. ¿No podría yo, en pago, prestarle a usted otro a mi vez?

—No; se lo agradezco.

— No necesita el señor estudiante que le remienden la camisa o los pantalones?

Aquel mastodonte con faldas me puso colorado, permitiéndose tal suposición.

Nada suavemente, le contesté que no tenía necesidad de sus servicios.

Y se marchó.

Pasaron quince días. Una tarde estaba yo sentado junto a la ventana, pensando en el modo de abstraerme de mi propia persona. Me aburría terriblemente. Hacía mal tiempo; yo no tenía gana de ir a ninguna parte, y me entregaba al autoanálisis. Esto no era muy divertido; pero yo estaba tan sin ánimos...

De pronto, la puerta se abrió; por fin llegaba alguien.

—El señor estudiante no tiene ninguna ocupación urgente?

Era Teresa... ¡Diablo!

—No.Por qué?

—Yo le agradecería al señor estudiante que me escribiera otra carta.