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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

Estas exhortaciones del Apóstol, tal como fueron seguidas con tan admirable unidad de espíritu por los Padres del Concilio de Éfeso, queremos que todos, sin distinción, silenciando todos los prejuicios, las consideren dirigidas a ellos mismos y las pongan en práctica con alegría. Como es sabido por todos, el autor de toda la controversia fue Nestorio; sin embargo, no en el sentido de que la nueva doctrina hubiese florecido enteramente de su ingenio y su estudio, ya que ciertamente la derivó de Teodoro, obispo de Mopsuestia; pero él, elaborándola posteriormente con mayor amplitud y renovándola con cierta apariencia de originalidad, se dedicó a predicarla y difundirla por todos los medios con un gran aparato de palabras y sentencias, dotado como estaba de una singular facultad. Nacido en Germanicia, una ciudad de Siria, fue a Antioquía cuando era joven para ser educado en las ciencias sagradas y profanas. En esta ciudad, entonces muy famosa, profesó por primera vez la vida monástica; pero luego, voluble como era, abandonó este tipo de vida y se ordenó sacerdote y se dedicó totalmente a la predicación, buscando el aplauso humano más que la gloria de Dios. La fama de su elocuencia despertó tanto favor en el público y se extendió tanto que, llamado a Constantinopla, en ese tiempo desprovista de Pastor, fue elevado a la dignidad episcopal, ante una no pequeña y general expectación. En esta ilustre sede, en lugar de abstenerse de las máximas perversas de su doctrina, continuó enseñándolas y difundiéndolas con mayor autoridad y audacia.

Para entender bien la cuestión que se planteaba, es útil aquí mencionar brevemente a los principales líderes de la herejía nestoriana. Ese arrogante varón, juzgando que dos hipóstasis perfectas, a saber, la humana de Jesús y la divina del Verbo, se habían juntado en una persona común, o "prosopo" (como él decía), negó esa admirable unión sustancial de las dos naturalezas, que llamamos hipostática; por tanto, enseñó que el Verbo Unigénito de Dios no se había hecho hombre, sino que se encontraba presente en carne humana como en su morada, para su beneplácito y para la virtud de su operación. Por tanto, Jesús no debería llamarse Dios, sino "Teóforon" o portador de Dios[a]; de una manera no muy diferente de aquella por la que los profetas y otros santos, es decir, por la gracia divina que les fue concedida, pueden llamarse portadores de Dios.

  1. En el original latino, tras el término griego Theóforon, se incluye su traducción deiferum, portador de Dios