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con poder divino concede el perdón de los pecados[1], devuelve la salud a los enfermos en virtud de su propia virtud[2] y devuelve la vida a los muertos[3]. Ahora bien, todo esto, si bien demuestra claramente que hay dos naturalezas en Cristo, de las cuales proceden las operaciones humanas y divinas, no menos evidentemente atestigua que Cristo es uno, Dios y Hombre al mismo tiempo, por esa unidad de la persona divina, por la que se dice "Theànthropos".

Además, no hay quien no vea cómo esta doctrina, enseñada constantemente por la Iglesia, es probada y confirmada por el dogma de la redención humana. En efecto, ¿cómo pudo Cristo haber sido llamado "el primogénito entre muchos hermanos"[4], ser herido por nuestra iniquidad[5], y redimirnos de la esclavitud del pecado, si no hubiera sido investido de naturaleza humana, como nosotros? Y así mismo, ¿cómo pudo aplacar completamente la justicia del Padre celestial, ofendido por el género humano, si no se le hubiera dado, por su persona divina, una dignidad inmensa e infinita?

Tampoco es legítimo negar este punto de la verdad católica sobre la base de que, si se dijera que nuestro Redentor está desprovisto de la persona humana, podría parecer, por tanto, que su naturaleza humana carecía de alguna perfección y, por tanto, se volvería, como hombre, inferior a nosotros. Ya que, como observa sutil y sabiamente Santo Tomás de Aquino, "la personalidad en el tiempo pertenece a la dignidad y perfección de algo, en la medida en que pertenece a la dignidad y perfección de esa cosa el existir por sí misma, que se entiende por el nombre en persona. Pero es más valioso para alguien existir en otro yo superior que existir para uno mismo; por tanto, la naturaleza humana tiene mayor dignidad en Cristo que en nosotros, porque en nosotros, existiendo casi por sí misma, tiene su propia personalidad; en Cristo, sin embargo, existe en la persona del Verbo. Asimismo, el ser completo de la especie pertenece a la dignidad de la forma; sin embargo, la parte sensible es más noble en el hombre debido a la conjunción con una forma completiva más noble, que en el animal bruto, en el que él mismo es una forma completiva”[6].

  1. Mt 9, 2-6; Lc 5, 20-24; 7, 48 y otros lugares.
  2. Mt 8, 3; Mc 1, 41; Lc 5, 13; Jn 9 y otros lugares.
  3. Jn 9, 43; Lc 8, 14 y otros lugares.
  4. Rm 8, 29.
  5. Is, 3, 5; Mt 8, 17.
  6. Summ. Theol. III, q. II, a. 2.