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Acta Apostolicae Sedis - Comentario Oficial

Por tanto, lo que él negó fue proclamado como absolutamente cierto, es decir, en Cristo hay una sola persona, la persona divina. En efecto, Nestorio, como dijimos, sostenía obstinadamente que el Verbo Divino está unido a la naturaleza humana en Cristo, no sustancial e hipostáticamente, sino por un vínculo meramente accidental y moral; y los Padres de Éfeso, condenando precisamente al obispo de Constantinopla, proclamaron abiertamente la verdadera doctrina de la Encarnación, que debe ser sostenida firmemente por todos. Efectivamente Cirilo, en sus epístolas y capítulos, previamente dirigidos a Nestorio y luego insertados en las Actas de ese Concilio, coincidiendo admirablemente con la Iglesia de Roma, defiende con palabras claras y repetidas su doctrina: "Por tanto, de ninguna manera está permitido dividir a nuestro único Señor Jesucristo en dos hijos… De hecho, la Escritura no dice que el Verbo asoció a la persona humana consigo mismo, sino que se hizo carne. Decir que el Verbo se hizo carne significa que él, como nosotros, se unió a la carne y la sangre; por tanto, hizo suyo nuestro cuerpo y nació hombre de mujer, sin abandonar, sin embargo, la divinidad y la filiación del Padre: permaneció, por tanto, en la misma asunción de la carne, siendo lo que era"[1].

En efecto, como sabemos por las Sagradas Escrituras y por la tradición divina, el Verbo de Dios Padre no estaba unido a un hombre, subsistiendo ya en sí mismo, sino que uno y el mismo Cristo es el Verbo de Dios existente ab aeterno en el seno del Padre y hecho hombre en el tiempo. Dado que la admirable unión de la divinidad y la humanidad en Cristo Jesús, Redentor del género humano, que con razón se llama hipostática, es precisamente lo que se expresa de manera irrefutable en las Sagradas Escrituras, cuando el Cristo único no sólo se llama Dios y hombre, sino que también se describe en el acto de obrar como Dios y como hombre, y finalmente, en el acto de morir como hombre y de resucitar gloriosamente de entre los muertos como Dios. En otras palabras, lo que se concibe en virtud del Espíritu Santo en el seno de la Virgen, nace, yace en el pesebre, es llamado hijo del hombre, sufre y muere cogado de la cruz, es el mismo que el Padre Eterno, de manera milagrosa y solemne, ha proclamado "mi Hijo amado"[2],

  1. Mansi, loc. cit., IV, 891.
  2. Mt., 3, 17; 18, 5; 2 P 1, 17.