los pedacitos de madera y pajitas que detuviesen la embarcacion:
« ¡Alto! decía; detenedlo, que no me ha presentado el pasaporte. »
Pero el agua se deslizaba rápidamente y se llevaba consigo la barquilla; el soldado volvia á ver la luz del sol, alegrándose de salir sano y salvo de aquel subterráneo. Pero de repente oye un horrísono estruendo, como el del trueno, capaz de erizar los cabellos al más valiente, Y no era para ménos, pues el arroyo, al salir de debajo de la piedra, fué á parar á un canal en el cual se precipitaba como si fuera una cascada.
¡Patatrá! hé aquí la barquilla arrojada al fondo. El soldadito impávido, permaneció inmóvil como una roca; nadie podia decir que arqueó una sola vez las cejas. La navecilla, vacilando con el choque, dió tres ó cuatro vueltas sobre sí misma, se llenó de agua y empezó á sumergirse. El soldadito sólo tenía la cabeza y la bayoneta fuera del agua, pero hé aquí que se rompe el papel, se hunde y el militarilo cae al fondo del canal.
En aquel supremo momento, pensó en la linda bailarina á quien ya no volvería á ver; pero lo que más le afligia era morir de una muerte tan poco digna de un soldado.
Cuando iha á sepultarse en el cieno y desaperecer