Página:Los zapatos colorados.djvu/78

Esta página ha sido corregida
76
ANDERSEN.

hácía atras, por requerirlo así el paso que estaba ejecutando. Pero el soldado de plomo creía sencillamente que, como él, no tenia más que una pierna, y es acaso lo que más le gustaba en ella.

« Hé aqui la mujer que me convendría, pensó el pobre lisiado; pero es de una alcurnia muy alta para que me quiera; ella habita en un placio yo no tengo más domicilio que una cnja de madera blanca, donde vivimos veinte y cinco. No es un lugar decente para ella, pero á pesar de eso, acaso logre yo llegar á conocerla. »

Así, cuán grande fué su alegría cuando el niño le colocó encima de una caja de tabaco que estaba sobre la mesa, cerca de la quinta; desde allí podia admirar á sus anchuras la graciosa postura de la linda señorita, que se mantenía siempre sobre una sola pierna sin perder el equilibrio.

En esta posición le olvidaron una noche cuando volvieron á meter los dornas soldados en la caja. Todo el mundo se rué á dormir, y á eso de média noche los juguetes se pusieron á jugar por sí y ante si para distraerse. El polichinela hacía las más locas cabriolas, la peonza roncaba que era un contento, y los soldados se revolvían en la caja, queriendo salir para tomar parte en la fiesta, pero no pudieron alzar la tapa. La algazara llegó á tal punto, que el canario se despertó y dió algunos alegres gorjeos.