presteza que casi causaban vértigos; era un baile cual nunca se había visto en ninguna corte de los reyes y emperadores de la tierra. El caballo de los muertos, que era siempre propenso á la tristeza, halló la fiesta demasiado jovial para él y pidió permiso para retirarse.
« ¡Bum! ¡Bum! exclamó el viejo gnomo, vaya una andanada de cabriolas. Cuando me fastidie allá en Noruega, diré á mis nueras que me distraigan con sus rigodones. ¿Pero no saben hacer otra cosa más que dar vueltas como un torbellino?
- Ahora lo verás y juzgarás por ti mismo, contestó el rey de los olmos, Vamos, señoritas! Haced ver de lo que sois capaces. »
Adelantóse la más joven que era tan delgada y delicada que diríase una estatuita de luz lunar cristalizada, Vivaracha como si tuviese azogue en el cuerpo, se puso en la boca una viruta de olmo y desapareciendo con ella, se volvió invisible.
Ese don es muy precioso para los que están dotados de él; pero un marido no debe apetecer que su mujer se desvanezca en el aire de ese modo, como, por ejemplo, cuando quiera castigarla. Eso no puede acomodar a mis hijos, que gustarán de dar de cuando en cuando un cachete a sus mujeres.
La segunda princesa se adelantó despues, contando al reyes el número de sus años; llevaba consigo una