lencia, de las comodidades de la vida y la dicha los sigue por todas partes; miéntras otros se consumen en la miseria. ¿Por qué hemos de ser víctimas de la curiosidad y desohediencia de nuestros primeros padres? Á fe que si Cristina y yo hubiésemos estado en el paraíso, nos hubiéramos portado de otro modo.
- Hubierais hecho lo mismo, exclamó Juan. Miroo, así está impreso en mi libro.
- ¿Qué sabe ese libro? respondió Pedro.
- Escuchad, replicó Juan; y les leyó enrónces el antiguo cuento del leñador y de su mujer que tambien se quejaban de lo injusto que era el hacerles responsables de la falta de Adan y Eva.
« Un día, estando el rey de caza, atravesó la selva y les oyó exhalar su sempiterna queja. « Buena gente, les dijo, van á acabar vuestras penas; seguidrne y venid á mi palacio donde seréis tratados como yo mismo. Sirviéronles, en la comida, siete platos variados, pero uno, el octavo, tapado con otro era de la mas rara porcelana y delicadamente pintada. Guardaos de levantar la tapa, se les dijo, porque, si no, se desvanecerá la felicidad que os » está destinada. »
« Cumplióse lo que mandó el rey. El leñador y su mujer estaban espléndidamente tratados y se regalaban con los manjares de los siete platos, « Qué es lo que habrá oculto en esa hermosa porcelana?