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ANDERSEN.

« ¡Qué arduo es nuestro trabajo! dijo Cristina una mañana. Al acabar de limpiar y rastrillar los caminos, vienen los paseantes á ensuciarlos, nos obligan á volverlos á limpiar, y los niños pisan los acirates. Hay que arreglarlos de nuevo. En fin, el maestro jardinero, tú, yo y tres trabajadores, estamos incesantemente ocupados nada mas que en el cultivo de las flores; es verdad que nuestros amos son muy ricos.

- ¡Vaya si son ricos! respondió Pedro. ¡Qué mal repartidos están los bienes de esto mundo! Todos somos hijos de Dios, como dice el señor cura, y unos somos pobres mi éntras otros nadan en la abundancia,

- Eso proviene del pellada original, respondió Cristina; hemos de trabajar para comer, no hay remedio.» Y al decir esto, volvieron á la tarea desde la mañana á la noche; Juan leia en su libro durante este tiempo.

El ímprobo trabajo á que les había condenado la indigencia desde su infancia, no sólo habia encallecido sus manos, sino que endureció rambíen su corazon; tenian el humor sombrío, estaban descontentos con su condicion, y como no veían la probabilidad de mejorarla, su mal humor degeneraba en adustez y amargura.

« Sí, dijo Pedro, unos nacen en medio de la opu-