que la arrastraba en pos de sí sin tregua ni descanso, cesaria con la noche; pero la infeliz se engañó por que no halló ni aun medio de cobrar aliento. Sobrevino una violenta tempestad y continuó saltando y brincando en medio de los relámpagos, de la lluvia y del granizo.
Volvió otra vez la noche y Cármen fué impelida hácia el cementerio: « Los muertos, dijo, no bailan ; este es el campo del descanso y hallaré aquí á lo ménos un alivio á mis tormentos. » Agarróse á un sepulcro, pero el poder que la arrastraba la arrancó de allí, llevándosela consigo.
Pasó por delante de la iglesia y vió la puerta abierta ; quiso refugiarse en el santuario é implorar la misericordia de Dios á quien había ofendido, pero halló á la entrada un angel cuyas alas le caian hasta el suelo. Su aspecto era severo y tenía en la mano una larga y centellante espada: « Baila siempre, dijo, baila con tus zapatos colorados que es lo único que has amado en el mundo ; baila hasta que tus huesos se peguen á la piel para que se vuelva un pergamino y te convierta en un esqueleto ambulante. Baila por en medio del mundo, y cuando pases por delante de una casa donde haya niñas propensas á la fatuidad y á la vanagloria, llama á la puerta para que vean y sepan adónde conduce el vicio del orgullo. »
¡Piedad! ¡Piedad! exclamó Cármen ; pero no pudo