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pulero, y legando muchos regalos. Cumplida su mision, el obispo regresó por Aden, doude los cristianos son muy odiados, asy como todos los extranjeros, y sabedor el sultan de que había llegado á quellas tierras un prelado cristiano, lo hizo prender y le preguntó si lo era, á lo que el obispo repuso afirmativamente. El sultan le manifestó entonces que, como no se convirtiera al Islamismo, le había de avergonzar; pero como el obispo insistiese en mantener su fe, el sultan hizo que lo circuncidasen, diciendo que aquello se hacía para que sirviese de afrenta á su señor, y con esto lo dejó en 1 bertad.

Un solo pensamiento consolaba al obispo: que todo lo había padecido por Dios. Curado de la operacion regresó á su patria, y refirió al rey todos los sucesos del viaje, y particularmente el de Aden. Tan sentido quedó el rey al saber la ofen: a que se le había hecho en la persona de su representante, que no se cons deró digno de llevar corona, i de gobernar pueblo, si no tomba venganza del sultan de Aden.

Reuniendo un numeroso ejército de jinetes, de peones y de elefantes, se dirigió contra el ofensor, quien por su parte tambien estaba prevenido. En un paso angosto que existe en los confines de Aden se dió la batalla, porfiada y sangrienta; pero ni el sultan ni sus aliados pudieron contra el empuje de