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aballos, y temiendo que con esto iban á perder la batalla, el general ordenó que desmontaran todos los jinetes, y que atasen los caballos á los árboles del bosque: desde éste, y con los arcos, dispararon tantas flechas los tártaros sobre los clefantes, que los animales dieron á huir amedrentados, rompiendo ciegamente por todo, desorganizándolo todo con espantosa confusion. Viende cómo iban las cosas, los tártaros volvieron á montar en sus caballos y acometieron á los de Mien. Entonces tuvo lugar lo más horri ble de la batalla, porque el combate se hizo cuerpo á cuerpo, en medio de una gritería indes riptible, hasta que, por último, la vietoria se declaró en favor de los invasores. Se sostuvo la pelea hasta el medio dia. Cuando el rey de Mien y los suyos vieron el mal éxito de la batalla, temerosos de morir se entregaron á una precipitada fuga, en la que fueron seguidos y muertos muchos por el enemigo. Regresando éstos á su campo, empezaron á perseguir á los elefantes; pero no los podían coger y tuvieron que ayudarles los mismos prisioneros, que eran gentes conocidas para aquellos animales, porque ha beis de saber que los elefantes tienen más inteligencia que otras bestias. De este modo se pudieron recoger hasta doscientos, y desde entónces el gran Kan los ha introducido en sus ejércitos.