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dola las ropas, hasta dejarla envuelta en sólo su blanco camisón transparente. Así la fué doblando por la cintura, sin separar sus labios de los de ella, sus ojos de los de ella; hasta que un dulce grito de la vírgen le hizo atenazarla más.

Y un grito del volcan, horrible, tan horrendo, que la tierra tembló míseramente, y luego una erupción enorme, gigante, una inmensa columna de fuego, que se alzó hasta los cielos, y confundió sus lavas, de vario color, chispas de oro, de rosa, de azul, de naranja y de plata, con las estrellas. Y luego nada. Al cielo azul, otra vez las estrellas diáfanas. La noche esplendorosa, y la isla, violada por el volcán, muerta á sus pies. ¡Ay, Andong y Chilang sepultos bajo lava de fuego!

F I N .