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—Vamos.

Se perdieron, bogando por la inmensa laguna hacia el volcán en erupción...

Crujía la banca, sacudida por las gigantes olas, como si se fuera á partir, á hacerse polvo sobre las rocas. Katig sonreía, consolando, dando vida á la amada.

—¡Chilang, Chilang mía!

Un esfuerzo más y la banca quedó embarrancada entre arena y lava:

—Vén, salta á mis brazos.

Se la llevó cargándola como á una niña entre sus brazos, cuesta arriba; el volcán retemblaba, bajo sus piés; la tierra se hundía.

—Oh, Katig, ¿no es una locura esto?...

La tapó con sus labios la boca, rabioso de besos, de amor loco; y sus manos trémulas y ardientes fueron desciñén-