por ella á buscarla, á llevársela á la Isla azul, que le pintó una vez ¿no se acordaba ella? allá lejos, en el Taal de sus abuelos, donde, en la casita blanca, las espumas restalladoras de la laguna iban á deshacerse, bajo los naranjos en flor y el humo negro del coloso de fuego; allá, donde había dos viejecitos que le adoraban á ella, porque él la adobaba y él era el hijo de sus entrañas...
La coronaría de flores, y como á una niña, en sus brazos arrullada, la adormiría cantando las viejas encantadas leyendas taaleñas; ¡oh, sí! ¡á la isla, á su casa, á sus viejecitos, á Taal de sus amores, huyendo de las gentes con la gentil y dulcísima carga de amor a cuestas!...
Y el plán de la fuga fué un éxito. En el primer viaje del trén partieron hasta