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Y ella suspiró: era un cuento triste y desconsolador; era que, el otoño iba á golpear las hojas de oro y las flores rojas del Abril en amor, para arrastrarlas de aquí para allá, separándolas, pulverizándolas despiadado; era, ¡oh, Andong! era que había concluido la misión de su padre en Manila, que el digno diputado se quedaba sin Asamblea y se volvía á su provincia, arrancándola á ella de su amor, tronchada de amor y loca de delirios. Meditó él: habló después:
—¿Y quieres irte tú?
—¡Oh, no! Todo antes que perderte.
Volvió á meditar y hablar después:
—¿Me quieres mucho? ¿mucho? ¿Como yó á tí?...
—¡Andong! ¡Andong!...
Pues, que esperase. A la madrugada iría