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cojer los dos piés desnudos y besárselos, des pojados de las zapatillas, como un loco.

—Adios.

—Adios...

Se repararon, hasta el lunes próximo; ella, cayéndose de amor á pedazos; él, loco, hambriento de miel, de carne olorosa de vírgenes.

Así el idilio duró meses y meses, en el mismo banco del jardín, las tardes de todos los lunes. Ocultos entre las plantas, bajo el palio de sombras nocturnales, sólo alguna luciérnaga errante les sorprendió su cariño, sólo el fulgor de una estrella les bañó indiscreto en sus destellos.

Pero una vez ella llegó nerviosa, llorosa. El imploró: ¿Qué tenía la dulcísima perla, flor, alma, ídolo, reinecita encantada de sus sueños de amor?