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cria y con Toñing. Podremos hablar. Hasta el lunes.

Lucila Albay.»

Se pasó las manos por los ojos, abrió los labios para suspirar el delirio.

Y cayó, sentado, con la carta en la mano y la mano sobre el corazón que estaba sollozando silenciosamente.

No; en el mundo no mandaban los dolores.

Mandaba la vida. Y sobre la vida, el amor.



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