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rápida la carta de Katig á los labios. Uno, dos, y tres, y cuatro, y más, más besos, más. Luego presa de un loco nervosísmo la rasgó, en uno, y dos, y tres, y cuatro más, más pedazos, más. Y cayó tendida, boca abajo el busto divino sobre el lecho, llorando.
La noche se cerró. ¿Cuánto tiempo pasado, cuánto, tendida así, como una pobre histérica, loca de amor, llorosa sobre aquel mundo de encajes y alburas olorosas del lecho virginal?
La despertó del encanto y le hurtó del arrobo en desmayo la voz recia del padre:
—¡Chilang!... ¡Chilang!
—¡Oh!
—¿Porqué estaba echada? ¿Y porqué estaba á oscuras? ¿Y porqué ¡oh, Dios!