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—Tarde, hija; tuvimos anoche banquete eu grande. Despedida al Comisionado residente; tuve que hablar: ¡Un discurso de primera!

Y sin más explicaciones, reanudó su lectura de la prensa diaria.

De pronto, pegó un puñetazo horrible sobre la mesa. Chilang nerviosa, asustada, preguntó:

—¿Qué, papá?...

—¿Qué! Pues, que todos estos periodistas son unos grandísimos sinvergüenzas; así, como tu lo oyes; y que voy á preparar dos días de dieta para romperles la mismísima crisma. Como tu lo oyes.

¡Habráse visto! pues ¿no nos llaman ignaros, gandules, los muy...

Soltó un ajo extraordinario, fuerte, de mal són. Continuó, efervescente:

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