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muertos. Quedó envuelta eu sus cabellos. Y al gustarse á sí misma tau gentíl, tan suave, se dió en el espejo un beso, en los labios entreabiertos al golpe de un suspiro.

Mató la luz. Se acostó. Durmio. Soñó.

Como una flor caida de las manos de Dios para aromar sus ojos, en el ensueño debajo de sus párpados, vagó la imagen de Katig.

Del jardín, por las ventanas de par en par abiertas, se alzaba dulcemente el perfume bendito de una rama de rosas.

Había soñado en él, en Andong Katig. ¡Qué vergüenza! Y qué sueño! ¡Que vergüenza! un sueño de amor!

El cuarto inundado de luz solar. Debía ser bien tarde; oía á Toñing jugar en el jardín con los criados, latigándolos desde su triciclo. Oía á las criadas ir y venir