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como la carne de los dulces jazmines, de los dulcemente encantados en perfume azahares. Miró á la criada dormida á los piés de la cama del hermanito. Cerró la puerta del cuarto.

Y frente á la gran luna biselada del armario, empezó á desnudarse, Primero el pañuelo del cuello y la camisa, luego la saya, el corpino, la enagüa. Y quedó en camisón, blancamente desnuda, dando al espejo ingrato, que no sabía matarla á besos, la gloria de su cuerpo excelso, en triunfo de belleza formidable.

Sonrió. Sus dos brazos, como un arco de flores por encima de la cabeza gentíl, se soltaban el cabello, despeinándolo. Cayeron, trémulas las ondas negras hasta el suelo, como el manto perfumado de una reina, como una noche enamorada de los jardines